miércoles, 30 de mayo de 2012

Marta Sanz






1. Al ver mi escritorio desde lejos –no formo parte de la imagen–, me doy cuenta de que ciertas decisiones no son premeditadas. Probablemente mis ojos, mi maldito fino oído de tuberculosa y mi olfato, traspasan la pantalla del ordenador –eso que supuestamente estoy escribiendo– y lo ensucian todo. Me concentran dispersándome. Es una maravilla.

2. No me interesa lo puro. Prefiero una literatura con manchas y churretes. No impido que el ruido de fuera se cuele en la página. Abro. Ventilo. Ensancho la rendija. Pego la oreja. Las voces me repercuten dentro como los graves de los altavoces. Procuro que ese ruido, que se superpone al rumor de mi circulación sanguínea, no quede amortiguado por tapones de goma. Tampoco yo soy el silencio. Es muy importante la historia del vecino. Ojalá la luz filtrada por la cortina me manche el relato. Me lo arruine.

3. Después, a la hora de dormir, meto la cabeza bajo del edredón. Lo cierro todo. Pero eso sucede en otro cuarto.

4. Se cuelan en los textos otros libros. Aprendí literatura mirando los cantos de las novelas en las estanterías. Se cuela también el recuerdo de algunas estrellas de cine: Catherine Deneuve en Belle de Jour, Maureen O´Hara, Marie Magdalene Dietrich, Marlene. Postales de un amigo cariñoso que me alimenta los vicios culturales. Un cuadrito de Caspar David Friedrich. El accidente de la Gare de Montparnasse: el 22 de octubre de 1895 la locomotora rompe uno de los vanos del edificio y se estrella contra el pavimento. Los retratos de dos abuelas bellas, mis propias fotos infantiles, las imágenes de mi amor y mis amores. La predestinación a escribir cuentos de familia. Los antojos. La disposición de los dientes. La mancha genética.

5. Sentada frente a la pantalla del ordenador, mis ojos van de lo uterino a lo externo: el filo de dos tabiques tapizados de fotografías muy personales contrasta con el foco de luz que llega de fuera. El tictac de un reloj, invisible desde esta perspectiva de mi escritorio, pauta el ruido de los coches y las conversaciones de quienes pasan caminando calle abajo y calle arriba. Escribo cara a la pared y más allá de los cristales. Es la única manera de escribir. Me parece.

6. La mancha, la interrupción, la interferencia, el contexto, son el texto. Lo configuran. La mosquita que recorre, imprevistamente, la pared. No soy yo sino todo lo demás. No fui yo quien eligió los detalles del entorno. El entorno produce su telaraña. La telaraña me cubre la cabeza, y se me enreda en el pelo y en los dedos cuando pulso el teclado de mi ordenador.

7. Un móvil colgante tintinea en la esquina contra el que escribo. Remite tal vez a la dimensión musical de la palabra escrita. Tilín. En contraposición, la mesa es sólida. De oscura madera castellana.







© Texto y fotografía: Marta Sanz


Marta Sanz (Madrid, 1967) es profesora de Humanidades en la Universidad Antonio de Nebrija. Ha publicado las novelas Un buen detective no se casa jamás (Anagrama, 2012), Black, Black, Black (Anagrama, 2010), La lección de anatomía (RBA, 2008), Susana y los viejos (Destino, 2006; finalista del Premio Nadal), Los mejores tiempos (Debate, 2001; Premio Ojo Crítico de Narrativa), Lenguas muertas (Debate, 1997) y El frío (Debate, 1995). Algunos de sus relatos pueden leerse en El canon de la normalidad (Only Book, 2006), y figuran en antologías como Páginas Amarillas (Lengua de Trapo, 1997). Ha publicado los poemarios Perra mentirosa / Hardcore (Bartleby, 2010) y ha sido editora de Metalingüísticos y sentimentales. Antología de la poesía española contemporánea (Biblioteca Nueva, 2007) y del Libro de la mujer fatal (451 Editores, 2009).

2 comentarios:

  1. "La mancha, la interrupción, la interferencia, el contexto, son el texto. Lo configuran. La mosquita que recorre, imprevistamente, la pared."

    Esto me parece genial. Saludos.


    Rafael

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  2. Gracias, Rafael. Lo es, sí. Un abrazo.

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