lunes, 28 de mayo de 2012

Álvaro Valverde





Carezco de un cuarto propio, que diría Virginia Woolf. Tampoco lo necesito. Lo tuve, aunque de eso hace mucho. Mi escritorio ocupa un rincón de la habitación destinada a biblioteca, cuyas paredes están forradas con las míticas estanterías Billy de Ikea. Una estancia que hace, además, las veces de salón. Las puertas –unas correderas y otras dos normales– nunca se cierran, de ahí mi afirmación anterior. Trabajo, pues, en un lugar de paso.

No soy nada maniático, al menos para escribir. Ni tal o cual pluma, ni papel usado o no, ni en un determinado lugar… Ni siquiera requiero silencio. Es más, poco, muy poco, he escrito sentado en esta humilde mesa de madera que sucede a otra, de pino también, de parecido tamaño, que nos regaló en su momento Gonzalo Hidalgo Bayal, donde él había compuesto, a buen seguro, su primera novela, y que, contra mi voluntad, pasó a ocupar otro sitio en casa sin que llegara a influirme como es debido.

Entradas del blog, sí, y todo aquello que pueda hacerse en el ordenador portátil (que tiene como fondo de escritorio el cuadro El golfo de Nápoles con la isla de Isquia al fondo, de Josephus Augustus Knip), las dos novelas que he publicado, por ejemplo, pero no poemas, que suelo pergeñar en cualquier parte, hasta que pasan al disco duro, ya sea en un folio doblado por la mitad, en el tarjetón de algún evento o en la moleskine que casi siempre me acompaña. Los últimos están ahí. Como las anotaciones sobre los libros inéditos de algunos premios de los que he sido jurado. Y poco más. El resto, esa especie de diario que llevo en mi blog, se va escribiendo habitualmente en Blogger.

Tampoco es que tenga uno mucho espacio para escribir encima de esta mesa, como se puede apreciar en la fotografía. Me cuesta romper papeles y guardo más de lo que debiera. Algunas cartas, un puñado de libros, viejas libretas y cuadernos antiguos, separadores, las fotografías de quienes viven conmigo, una lámpara con la pantalla verde (de esas que llaman “de banquero”), un par de botes con lápices, rotuladores y bolígrafos (nunca he sido de estilográficas, pero alguna hay) y varios abrecartas (que cada vez uso menos), unas gafas (la presbicia, ay)… Enfrente, un sencillo estor que nunca se levanta y que oculta una ventana con marco de madera (de pino también) que da al oeste (esto es, a Portugal). Más allá del cristal, una calle y un edificio, ambos sin gracia.

Cuando me levanto, muy temprano, lo primero que hago, tras pasar por el baño, es sentarme delante del escritorio. En una silla, por cierto, tan austera como sólida. A pesar de las buenas intenciones, no he conseguido hacerme con una butaca más cómoda que, por añadidura, le diera a esta angosta esquina el aspecto de estudio que no tiene. Tras esa hora u hora y pico de tarea, es raro que vuelva a sentarme aquí a lo largo del día. Si acaso, para revisar el correo o navegar por Internet. Las mañanas del fin de semana son las que aprovecho para tareas más enjundiosas, de las pocas que le ocupan a alguien que no es, ni de lejos, un escritor profesional.







© Texto y fotografía: Álvaro Valverde


Álvaro Valverde (Plasencia, Cáceres, 1959) ha publicado los libros de poesía Las aguas detenidas (Hiperión, 1988), Una oculta razón (Visor, 1991; Premio Loewe), A debida distancia (Hiperión, 1993), Ensayando círculos (Tusquets, 1995), Mecánica terrestre (Tusquets, 2002) y Desde fuera (Tusquets, 2008). Sus poemas están incluidos en numerosas antologías y han sido traducidos a distintos idiomas. También es autor de dos novelas, Las murallas del mundo (Algaida, 2000) y Alguien que no existe (Seix Barral, 2005); un libro de artículos, El lector invisible (Editora Regional de Extremadura, 2001), y uno de viajes, Lejos de aquí (De la luna libros, 2004). La Isla de Siltolá acaba de publicar Un centro fugitivo, una antología que reúne poemas escritos entre 1985 y 2010, en edición de Jordi Doce.


1 comentario:

  1. Pues menos mal que no profesa, don Alvaro, la escritura!
    ¡Qué bueno el escritorio como lugar de paso! Creo que va a hacer que me anime a exponer mis rincones de escritura.
    Un abrazo

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