Cuando era niño, durante un tiempo me dio por hacer maquetas. La afición no prosperó, entre otras razones, porque a mi madre no le hacía ninguna gracia que mi habitación oliera a cola y disolvente, ni que la mesa donde se suponía que tenía que estudiar estuviera moteada de pintura. Precisamente el aspecto de la mesa es una de las cosas que más echo de menos de aquella época: las cajas de maquetas apiladas, con sus vistosas ilustraciones de vehículos de asalto y tropas de infantería; los botes de pintura; el tarro para los pinceles; el batiburrillo de piezas… Tal despliegue hacía pensar que de allí tenía que salir algo importante.
También echo de menos el concepto de «herramienta». Al margen de tus habilidades personales, el alcance de lo que podías hacer se ampliaba mediante la adquisición de una lima o de una resina de modelado nueva.
En mi escritorio de ahora intento reproducir, dentro de ciertos límites, la sensación que me producía el paisaje de planos con anotaciones manuscritas, bocetos de dioramas y carcasas de carros de combate. Tengo encima de la mesa unos cuantos libros que me gustan y me hacen compañía, y que a veces hojeo, aunque también puedo pasar semanas sin abrirlos, hasta que otros se ganan mi favor y pasan a ocupar su lugar. También tengo a mano alguna copia impresa de las versiones previas del texto en que esté ocupado. Eso me hace creer que mi trabajo tiene solidez, que no es sólo una cadena de unos y ceros en la memoria del ordenador.
Y en cuanto a las herramientas, se podría pensar que un nuevo diccionario o un ensayo sobre literatura cumplen para quien escribe la misma función que las limas y la resina para quien hace maquetas, pero no es así. Descubrir a un autor con una forma particular de narrar, con una visión personal de la realidad, o de la fantasía, un autor con el que además sintonizamos y algunos de cuyos recursos podemos incorporar, personalizándolos, a nuestro banco de herramientas, es lo que amplía nuestros horizontes. Dicho así suena muy bien. La búsqueda es a menudo infructuosa, pero al menos mi mesa está más ordenada.
© Texto y fotografía: Jon Bilbao
Jon Bilbao (Ribadesella, Asturias, 1972) ha publicado las novelas Padres, hijos y primates (Salto de Página, 2011) y El hermano de las moscas (Salto de Página, 2008), y los libros de cuentos Bajo el influjo del cometa (Salto de Página, 2010; premio Tigre Juan) y Como una historia de terror (Salto de Página, 2008; premio Ojo Crítico). Relatos suyos figuran en antologías como Perturbaciones (Salto de Página, 2009), Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, 2010) y Pequeñas resistencias 5 (Páginas de Espuma, 2010).
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