La realidad [del escritorio] es irrepresentable. Todo intento de representación obliga a un proceso de ordenamiento. No queda más remedio que elegir una perspectiva, un punto de vista, o acaso varios. [Hay que colocar la cámara en algún sitio]. Todo se complica porque ya ha habido, antes, otros escritores [que han participado en el proyecto]. El texto será una respuesta a esos textos anteriores [a esas imágenes], incluso a aquellos que no he visto o no he comprendido. Quisiera que el espectador intuyera que lo que no aparece en la imagen también existe. Se trata de un proceso melancólico, imposible de verificar, casi de un acto de fe. Me veo desperdigando objetos [unas tijeras, por ejemplo] que en la realidad cotidiana [del escritorio] no tienen una función real. La representación [del escritorio] es siempre imperfecta e incompleta: que sea, al menos, simbólica, o misteriosa. En todo caso, la imagen se define por una ausencia central, muy presente. Solo me doy cuenta al contemplar la sucesión de imágenes provisionales. Además, el tema propuesto se desplaza a una esquina, pero al mismo tiempo ocupa, invasivo, un primer plano. ¿Cuál es ese tema nuclear? Se trata, por supuesto, del escritor[io]. La importancia del reflejo, a priori (simultáneo, al menos en apariencia) y de la reflexión, a posteriori (la justificación). Una esquina iluminada, casi en llamas, que no parece capturada de forma natural sino tallada a la fuerza. La saturación. Las texturas. El proceso infinito de corrección, casi automático, la resignación ante la idea de que la forma perfecta ya pasó y de que no hacemos más que empeorarla al aplicarle capas y más capas de ficción, de maquillaje [de retoques digitales]. La imposibilidad, por último, de no mostrarse, aunque sea de forma tangencial, por ejemplo en la construcción del espacio, en la composición, en las elecciones arbitrarias, en la imagen que queremos imponer de la realidad [del escritorio]. El exhibicionismo pudoroso, la focalización interesada, la manipulación de los signos. Y, ante todo, lo que no se muestra. [Lo que no se quiere mostrar].
© Texto: Miguel Serrano Larraz
© Fotografía: José Ansó
Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977) abandonó el último curso de la carrera de Ciencias Físicas para dedicarse a la literatura. Ha publicado los libros de poemas La sección rítmica (Aqua, 2007) y Me aburro (Harakiri, 2006), la novela Un breve adelanto de las memorias de Manuel Troyano (Eclipsados, 2008) y el libro de cuentos Órbita (Candaya, 2009). Está incluido en Pequeñas resistencias 5. Antología del nuevo cuento español (Páginas de Espuma, 2010). Ha publicado en revistas como Quimera, Turia, Laberintos o La Mandrágora. Es traductor.
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