Todo es portátil
Soy una escritora sin cuarto propio. Puedo escribir casi en cualquier sitio con tal de que no sea demasiado silencioso ni demasiado pequeño. He tenido varios domicilios desde que publiqué mi primer libro, La novia parapente, en 2002. Naturaleza infiel la escribí en el comedor de la casa de mi madre, mientras me hacía cargo de mi sobrina, por las tardes, y tenía siempre enchufado el televisor. Muchos cuentos los he escrito en el ordenador de la rebotica de la farmacia familiar, en noches de guardia que se me hacían eternas, cuando aún no tenía un portátil que realmente fuese portátil. Luego estuve un año viviendo en Madrid, en un apartamento alquilado donde compartía escritorio con alguien que se tomaba la literatura en serio. Como intuía que estaba yendo a la deriva, quise asentarme definitivamente regresando a Zaragoza. Fui a vivir a un apartamento de un solo dormitorio y pensé que la cocina sería un sitio ideal para escribir. Unos años antes, en un taller literario al que asistí en el monasterio de Veruela, Luis Sepúlveda dijo que él escribía en una mesa de madera que había pertenecido a un panadero. Asociar la idea de amasar el pan con la de escribir me pareció muy sugerente, y fue por eso que yo también quise tener una mesa especial, sobre la que se hubieran creado cosas reales. Compré una de madera que venía de una casa del Pirineo y que claramente era una mesa de cocina. Pensé que ésa sería mi mesa para siempre, pero sólo me sirvió un año. Cuando tuve que dejar el apartamento me trasladé con la mesa de cocina a la casa de mi madre. Fue imposible encajar la mesa en ningún sitio y acabó ocupando un hueco en el pasillo, entre la cocina y el cuarto de baño. Siempre que la veo pienso que no conviene hacer grandes planes a largo plazo porque el destino es muy caprichoso. Ahora escribo en un escritorio de muchos cajones que perteneció al padre de Antoine, con quien vivo desde hace poco más de un año. Da la casualidad de que este escritorio estuvo durante años en la farmacia de su padre, una farmacia que mi madre estuvo a punto de comprar en 1984, y eso, por algún motivo, me satisface. Con los años me ha dado cuenta de que los objetos (libros, muebles, fotografías, fetiches…) no son en definitiva tan importantes. Mi ordenador nuevo es pequeño, y realmente portátil.
Soy una escritora sin cuarto propio. Puedo escribir casi en cualquier sitio con tal de que no sea demasiado silencioso ni demasiado pequeño. He tenido varios domicilios desde que publiqué mi primer libro, La novia parapente, en 2002. Naturaleza infiel la escribí en el comedor de la casa de mi madre, mientras me hacía cargo de mi sobrina, por las tardes, y tenía siempre enchufado el televisor. Muchos cuentos los he escrito en el ordenador de la rebotica de la farmacia familiar, en noches de guardia que se me hacían eternas, cuando aún no tenía un portátil que realmente fuese portátil. Luego estuve un año viviendo en Madrid, en un apartamento alquilado donde compartía escritorio con alguien que se tomaba la literatura en serio. Como intuía que estaba yendo a la deriva, quise asentarme definitivamente regresando a Zaragoza. Fui a vivir a un apartamento de un solo dormitorio y pensé que la cocina sería un sitio ideal para escribir. Unos años antes, en un taller literario al que asistí en el monasterio de Veruela, Luis Sepúlveda dijo que él escribía en una mesa de madera que había pertenecido a un panadero. Asociar la idea de amasar el pan con la de escribir me pareció muy sugerente, y fue por eso que yo también quise tener una mesa especial, sobre la que se hubieran creado cosas reales. Compré una de madera que venía de una casa del Pirineo y que claramente era una mesa de cocina. Pensé que ésa sería mi mesa para siempre, pero sólo me sirvió un año. Cuando tuve que dejar el apartamento me trasladé con la mesa de cocina a la casa de mi madre. Fue imposible encajar la mesa en ningún sitio y acabó ocupando un hueco en el pasillo, entre la cocina y el cuarto de baño. Siempre que la veo pienso que no conviene hacer grandes planes a largo plazo porque el destino es muy caprichoso. Ahora escribo en un escritorio de muchos cajones que perteneció al padre de Antoine, con quien vivo desde hace poco más de un año. Da la casualidad de que este escritorio estuvo durante años en la farmacia de su padre, una farmacia que mi madre estuvo a punto de comprar en 1984, y eso, por algún motivo, me satisface. Con los años me ha dado cuenta de que los objetos (libros, muebles, fotografías, fetiches…) no son en definitiva tan importantes. Mi ordenador nuevo es pequeño, y realmente portátil.
© Texto y fotografía: Cristina Grande
Cristina Grande (Lanaja, Huesca, 1962) vive en Zaragoza. Ha publicado la novela Naturaleza infiel (RBA, 2008), los libros de relatos Tejidos y novedades (Xordica, 2011), La vitrina (Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2011), Dirección noche (Xordica, 2006) y La novia parapente (Xordica, 2002), y las recopilaciones de artículos Lo breve (Tropo, 2010) y Agua quieta (Traspiés, 2010). Desde 2002 es columnista de El Heraldo de Aragón.
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