Las hojas de la marquesa
¿Qué necesita un escritor para poder escribir?
Se diría que tiempo, un ordenador y una silla pero no es este mi caso. Todo lo que he escrito lo hice sobre la misma mesa y su heredera y en dos espacios determinados. Fuera de ahí ni una línea, corregir a lo sumo. La primera mesa era azul cobalto y tenía picaduras de cuando se me cayó una pieza de bronce en un borde. La nueva es de un color más crudo y se ven demasiado las pavesas del tabaco. Cuando escribo suelo recoger todo hasta que queda ordenado a mi gusto. Nunca empiezo si no es así. Hay dos hileras de libros. A la izquierda y detrás de la pantalla suelo tener libros que utilizo como consulta o para las clases. Miro y leo la hilera que hay detrás del ordenador: La campesina y El desprecio de Moravia, Humboldt y el Cosmos, Redescubrimiento de Grecia, La ciudades invisibles de Calvino, El Danubio de Magris, Verga, D’Annunzio, Leopardi, Camilleri, Pirandello, Lampedusa, Sciascia, Tabucchi y la Historia de la literatura italiana de Petronio. Estoy preparando un curso de narrativa italiana y se nota.
A la izquierda, sobre la plataforma del viejo secretier, tengo la Filosofía del tedio de Svendsen, los Manifiestos surrealistas, Las flores del mal, Bulgákov, Marina, Fante, Chéjov, Lautréamont, La piel de Curzio Malaparte, Sade, Salinger, Aldecoa, Bloom, Babel, Singer, Bataille, Carver, dos libros de teoría de la literatura, Foster Wallace, Barthes, Bilbao, Márquez, Nabókov, Lispector, Maupassant, Rulfo, Walser y un tomo negro de mis Safaris inolvidables con la marca uve seis en el lomo... También hay dos antologías muy gruesas de la literatura francesa y portuguesa y otra de narrativa breve hispanoamericana.
En la pared y sobre el otro anaquel de la estantería suelo tener objetos que me animen a escribir, que me recuerden qué hago allí y qué objetivo tiene todo esto: hay una foto de Lisboa de hace unos catorce años, un póster de la plaza Comércio con un Buick a la puerta, un reloj y un póster de una feria del libro de Budapest donde lo pasé muy bien. De toda esta parafernalia en la que me apoyo destaco dos fotos enmarcadas: en una estoy con mi madre de muy pequeño. Llevo corbata y pañales y ella me sujeta. En un lateral señala que es de agosto de 1971. Tenía catorce meses y debía estar empezando a caminar. En otra están mis padres con mi hermano, recién llegados a Barcelona, en la plaza de la Sagrada Familia. Calculo que debe de ser del año sesenta y tres o sesenta y cuatro. Mi padre va trajeado y mi madre está muy seria. Mi hermano arrastra una palma con cierta desgana.
También hay una marquesa de hojas enormes y que ahora está echando un retoño y el secretier que le regaló a mi hermano la dueña de un camping donde pasábamos unos veraneos de los que apenas me quedan recuerdos. Tengo que volver a atar la marquesa. Las hojas me tocan los hombros y de tanto en tanto noto el envés de sus hojas en mi espalda. Es como una pequeña caricia, tierna, casi familiar.
Nada me distrae y todo me alimenta.
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Fernando Clemot (Barcelona, 1970) ha publicado las novelas El libro de las maravillas (Barataria, 2011) y El golfo de los Poetas (Barataria, 2009), y los libros de cuentos Estancos del Chiado (Paralelo Sur, 2009; Premio Setenil) y El café de los portugueses (Fundación Kutxa, 2006). Relatos suyos están recogidos en antologías y recopilaciones como Mi madre es un pez (Libros del Silencio, 2011) o Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, 2010). Es profesor de talleres de escritura narrativa en el Laboratorio de Escritura de Barcelona y en la Universitat Autònoma de Barcelona.
Veo a la marquesa de cháchara con el poto.
ResponderEliminarMe encanta tu colección de libros y el sol que entra por esa ventana.
abrazos
A mí me gustan mucho las geometrías ocres de ese suelo hidráulico de casa antigua.
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