jueves, 15 de marzo de 2012

Jesús Marchamalo





Inventario

Miro mi escritorio en esta foto, e intento verlo como algo ajeno. Y la primera impresión es de zozobra; un aroma a almoneda o chamarilería. Veo libros, un flexo, un portátil, y delante una zona marrón en la que se ha borrado, con el tiempo, la pintura azul del resto de la mesa. Veo un óleo, abajo a la derecha, que me regaló Mazarío, un reloj sobre un cuaderno abierto, y en la pared, una foto de Walser y otra de Baudelaire como dos santos laicos. 

Hay algo de escenografía casi teatral en los lugares donde se escribe, una coreografía de lo propicio de la que uno inconscientemente se rodea. Siempre me han interesado esos lugares –escritorios, mesas, estudios de pintores–, porque tengo la sospecha fundada de que no son ajenos a la propia creación. Que de algún modo forman parte de ella y que, también de algún modo, la explican. 

Así, en esta voluntad confesa de inventario, me fijo en los cocodrilos de Urberuaga, en los grabados de Pat Andrea, a la izquierda –dos de esas mujeres suyas de una carnalidad atribulada, y en un tintero de tinta azul turquesa, Encre des mers du sud, se llama. Veo también una agenda, un diccionario, una batuta y una nota –en el primer estante de Antonio Gamoneda (esa caligrafía suya, que es casi cuneiforme), al lado de una caricatura de Jorge Ibargüengoitia que me envió Damián Flores, fascinado, después de leer Las muertas.

Hay soldados de plomo, avioncitos, cajas de lata, minerales y piedras traídas de por ahí. De Roma, de Lisboa… Un trozo de empedrado que recogí junto a la iglesia do Carmo, y que pudo, por qué no, pisar Pessoa, con su paso apretado, su maleta de cuero y su bigote isósceles. 

No se ve, pero hay una estrella de la Orden de la Estrella Roja de la URSS que compré en un anticuario, y hay lápices, bolis que nunca escriben, sacapuntas y un gormiti que me regaló mi hijo, Andrés, y que me dice que se llama Ópalo Negro. 

Un paisaje caótico, un tanto abigarrado que ahora miro como si fuera un cuadro; entrecierro los ojos y lo convierto en una mancha: azul, naranja, blanca… 

¿Y esto lo limpias tu?, recuerdo que preguntó una vez, alarmada, una visita. Y sí, sí que lo limpio, y también como parte de la propia escritura. Mientras pienso y doy vueltas a un texto, a una frase, cojo el plumero y limpio: la estrella roja, las piedras lisboetas, el retrato de Conrad y el gormiti de Andrés que, me insiste, se llama Ópalo Negro.


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© Texto y fotografía: Jesús Marchamalo

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Jesús Marchamalo (Madrid, 1962) ha publicado Donde se guardan los libros. Bibliotecas de escritores (Siruela, 2011), Tocar los libros (Fórcola, 2010), Las bibliotecas perdidas (Renacimiento, 2008), 44 escritores de la literatura universal (Siruela, 2009), 39 escritores y medio (Siruela, 2006) y La tienda de palabras (Siruela, 1999). Ha desarrollado gran parte de su carrera periodística en Radio Nacional y Televisión Española y ha obtenido, entre otros, los premios Ícaro, Montecarlo y Nacional de Periodismo Miguel Delibes.



2 comentarios:

  1. Este escritorio está inmerso de lleno en la creación Jesús, destila por todos las esquinas y frentes, imágenes, detalles, sensaciones, de los que se podrían sacar cienes de historias.

    Un proyecto cada vez más cautivador.

    Abrazos

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  2. El lugar de la creación. El lugar de los sueños. Sin duda. Precioso.

    un saludo.

    Endeavour.

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