lunes, 22 de octubre de 2012

Mercedes Cebrián


 
 
 
 
 
 
Ante todo, que no haya una puerta detrás de la silla, o la sensación de que un desconocido armado con un puñal pueda entrar sigilosamente y clavármelo en la espalda cobrará tal intensidad que perderé la poca o mucha concentración que me queda tras combatir la compulsión de acceder a internet cada diez minutos. Ante todo también, que haya un par de posavasos para no estropear el barniz de la mesa de pino con el calor que desprenden las tazas de té y demás infusiones: otras mesas de trabajo cobran solera con marcas de vasos o con cualquier otra huella que contribuya a mostrar el paso del tiempo por su superficie, pero la mía no gana con las manchas, eso me queda claro. La mía ha de permanecer todo lo intacta posible porque es a su vez mesa de comedor cuando la camuflo con un mantel y le quito su personalidad anterior: adiós entonces a los post-it, al flexo vintage recuperado del antiguo despacho de mi padre, al ordenador, al atrilito metálico que me sirve para apoyar los manuscritos y traducciones cuando he de corregirlos, y adiós también a los papelotes en general –a los que doy este nombre, y no el de meros papeles, para acentuar así la sensación de desorden que produce el verlos apilados de cualquier manera sobre el escritorio.
 
La mitomanía relacionada con lo literario impide establecer una semejanza entre las mesas de trabajo de los escritores y las de muchos estudiantes de oposición a notarías o a técnicos de la administración pública, cuando en ocasiones son muy similares, tanto dichas mesas como las grandes dosis de concentración que necesitamos todos. Así, las pequeñas costumbres aparejadas al trabajo cotidiano (beber té constantemente, emplear rotuladores de punta fina de tal o cual marca...) parecen cobrar un encanto inusitado cuando las realizan los escritores, encanto que no poseen si los que toman infusiones de roiboos son aquellos que, en un futuro, darán fe de la legalidad de nuestros testamentos o escrituras de compra-venta. Cuando trabajo, es obvio que no le encuentro nada fascinante ni a mi mesa ni a mi silla de oficina cómoda pero de horrendo estampado: que sean otros los que pongan la fascinación, que yo mientras he de centrarme en poner, cambiar de sitio o, más a menudo aún, quitar frases y frases.
 
 
 
 
 
 
 
© Texto y fotografía: Mercedes Cebrián
 
 
Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) es autora de las dos nouvelles recogidas en La nueva taxidermia (Mondadori, 2011), del libro de relatos y poemas El malestar al alcance de todos (Caballo de Troya, 2004; Debolsillo, 2011), del poemario Mercado Común (Caballo de Troya, 2006), del libro de crónicas 13 viajes in vitro (Blur, 2008) y del relato Cul-de-Sac (Alpha Decay, 2009). Sus textos han aparecido en los diarios El País, Público y La Vanguardia y en las revistas españolas Turia, Eñe-Revista para leer y Revista de Occidente. Ha traducido a Georges Perec, Alain de Botton, Alan Sillitoe y Miranda July.
 

1 comentario:

  1. Yo también soy una miedica que no quiere puertas que queden a mis espaldas :(
    Me encanta la lámpara vintage.
    ¡Enhorabuena por la idea de los escritorios de autores, me gusta mucho!

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