lunes, 8 de octubre de 2012

Javier Calvo


 
 
 
 
 
 
Escribí mi primera novela en una casa victoriana de Highland Park, New Jersey, en un ordenador de mesa vetusto que ya por entonces podría haber estado en un museo. La segunda la escribí entre el Raval y un pueblito del Languedoc. La tercera, en mi casa de por entonces del Carrer Roig, en el corazón del Raval pakistaní, entre el antiguo Hospital de la Santa Creu y la actual Rambla del Raval. La cuarta, en un despacho situado en lo alto de un inmueble vetusto del Carrer Pintor Fortuny, desde cuya azotea se abarca el bosque de tejados que separa las Ramblas del Carrer dels Àngels, en los terrenos donde antaño se había levantado el colosal Monasterio del Carmen. Los años de no tener casa, o bien tener varias, o bien ir estar en continuo desplazamiento, me ayudaron a desarrollar un interfaz personal con mi escritorio virtual que me permite, en pocas palabras, escribir un libro en cualquier parte. El escritorio virtual como paisaje total. Apagar la realidad física circundante, por medio de un ritual que, como todos los rituales orientados a alterar la conciencia, requiere involucrar la totalidad de los sentidos: apagar todas las luces. Poner música a todo volumen. Dejar de ver sombras. Dejar atrás el mundo de las apariencias y las sombras para escribir en la caverna de las ideas. Hipnotizarse a uno mismo. Perderse en el paisaje del escritorio virtual. Alcanzar la gnosis electrónica.
 
Los mejores escenarios para este ritual son los espacios indefinidos. Donde menos cueste conectar la mente con la Unidad Virtual. Aeropuertos o cafeterías. Habitaciones sin apenas muebles o con las paredes vacías, siempre contra una pared y siempre bien alejado de las ventanas. Las ventanas como enemigas de la gnosis electrónica. Lejos de la luz natural. El tema de mi escritorio virtual presente es un fotograma de la película muda escandinava Häxan, una crónica épica de la brujería medieval en Europa que en inglés recibió el descriptivo título de Witchcraft Through The Ages. El fotograma representa, a la manera de una alegoría pictórica, un cuerpo femenino desnudo acostado en la maleza de un bosque medieval. A su alrededor asoman entre la hierba huesos humanos y de animales, ollas y cuencos y un reloj de arena. Las manos de un demonio se extienden para posarse respectivamente sobre su nuca y su baja espalda, en un gesto que no parece tan depredador como de posesión serena y segura. La imagen habla de lo efímero de la existencia, de la decadencia de la carne y de la presencia ineludible de lo daimónico. Tres ideas que refuerzan el tránsito gnóstico. Una especie de portal que facilita el acceso al reino de las ideas, donde la escritura puede fluir libre de distracciones materiales. La meta es el trance. El resplandor de la pantalla es el éter. Las esquinas de la pantalla del Macbook son los cuatro enanos que sostienen la calavera de Ymir en el cielo de la mitología nórdica.
 
 
 
 
 
 
 
 
© Texto y fotografía: Javier Calvo
 
 
 
Javier Calvo (Barcelona, 1973) es narrador y traductor literario. Ha publicado las novelas El jardín colgante (Seix Barral, 2012), Corona de flores (Mondadori, 2007), Mundo maravilloso (Mondadori, 2007) y El dios reflectante (Mondadori, 2003), el libro de cuentos Risas enlatadas (Mondadori, 2001) y las novelas cortas Suomenlinna (Alpha Decay, 201o) y las incluidas en Los ríos perdidos de Londres (Mondadori, 2005). Su obra se ha traducido al inglés, al francés, al alemán y al italiano. Como traductor ha vertido a autores como Pound, Coetzee o Foster Wallace.
 
 

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