lunes, 23 de abril de 2012

Sara Mesa






Este escritorio nuevo, cómodo y tranquilo, ocupa en realidad el lugar de un antiguo cuarto de baño. Hasta hace poco, en el espacio de la mesa había una bañera; en el del espejo, un váter. Me detengo a pensar: ¿malos augurios? No lo sé. Ahora escribo ahí y a veces salen cosas. ¿Merecen la pena? No lo sé, no lo sé. Gran parte de lo que rodea el acto de escribir es puro azar. El origen de este escritorio es también azar. Escribo ahí como probablemente podría escribir en cualquier otro sitio. Todos mis libros, de hecho, fueron escritos en otros sitios, a veces en las condiciones más difíciles: rodeada de gente, en la cocina, entre los chismes de mi hijo, arrebujada con mi portátil en una esquina del sofá, interrumpida cada diez minutos. Ahora tengo, sí, este escritorio, pero ninguna garantía de éxito. Me rodeo de fetiches: mis juguetes de cuerda, las fotos de escritores que me gustan. Me distraigo observándolos. La mirada de Onetti me interpela, es casi intimidante; le doy la vuelta. Iris Murdoch tiene un perfil hermoso, un rostro inteligente; me encantaría haberla conocido. Agota Kristof, de joven, ya estaba llena de tristeza. Kafka tiene unos ojos increíbles; sé que no le hubiese gustado estar en mi escritorio; me siento culpable por ello, pero aún así lo mantengo a mi lado. Faulkner sigue escribiendo a pesar del calor, encorvado en su silla, con el torso desnudo pero sus calcetines gruesos estirados hasta arriba. Paso un buen rato mirándolos a todos, paralizada. Tomo aliento. Escribo unas palabras, formo frases, o versos. El gato curiosea alrededor. Tiene la facultad exquisita de molestar -pasea por el teclado, me revuelve papeles, se tumba justo encima de lo que necesito-, sabiendo de antemano que cuenta con mi arrobo. Él, también, es azar. Los libros que hay encima, son azar. El tiempo que le robo al tiempo, es azar. Escribir, me digo, no debe ser azar. Escribir, me repito, es un acto de voluntad. Escribir no es azar; escribir es mi tembloroso trazo en el tiempo, mi forma de estar en el mundo. Da igual entonces dónde. El escritorio habla de mí, pero no de mis textos. De mis textos, al final, solo hablarán mis textos.







© Texto y fotografía: Sara Mesa


Sara Mesa (Madrid, 1976) reside en Sevilla. Ha escrito los libros de relatos No es fácil ser verde (Everest, 2008) y La sobriedad del galápago (Diputación de Badajoz, 2008), y las novelas Cuatro por cuatro (Anagrama, 2012; finalista del Premio Herralde), Un incendio invisible (Fundación Lara, 2011) y El trepanador de cerebros (Tropo, 2010). Figura en Pequeñas resistencias 5. Antología del nuevo cuento español 2001-2010 (Páginas de Espuma, 2010). También es autora del poemario Este jilguero agenda, con el que obtuvo el premio nacional de poesía Miguel Hernández en 2007.


2 comentarios:

  1. no estoy seguro si fueron esa forma directa que trasmites cómo relámpago,o el genio de la belleza que canta al ritmo de un acordeón,sólo sé que tengo curiosidad de saber,que es lo que has conseguido robarle a este extraño tiempo que acecha y confunde,cómo tu gato. te leeré.
    AGT.

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  2. ¡Ay, que bien: ya me he leído tu última novela!
    Buen espacio el que antes fue baño; lo escatológico sublimado por la literatura. Y, si no, que se lo digan a Quevedo.
    Alucinada me quedé con que en la feria del libro se arrodillaran ante ti, mientras hablábamos de un cambio de actitud. De la novela me quedo con una grata sorpresa, porque ver a Dios en la sopa es muy de mi estilo a la hora de escribir. No se me había ocurrido. Je,je. BESOTE.

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