Un escritorio es ocupado y a la vez nos va ocupando, sin miramientos ni consideración alguna hacia nuestras debilidades. Un escritorio es una mesa, al fin y al cabo, pero también la posada de nuestra imaginación, el lugar al que llegar para recuperar el aliento. Donde con exactitud vaciamos la indolencia y los proyectos, las escenas y cada diálogo que revoloteó cerca de nosotros durante el resto del día. Cuando no estamos ante el escritorio, el escritorio nos acompaña, allí donde nos encontremos, llenando un espacio que no es el debido, porque quizás solo sentados ante esa mesa nos justificamos.
He elegido este plano picado porque es el único que transmite con exactitud ese pequeño espacio donde habita mi mente. En realidad, no siempre escribo ahí –hay una cocina, en una casa familiar, que he acondicionado como pequeño estudio, donde puedo aislarme por completo, con la vitrocerámica a mi espalda: lugar perfecto–. Pero esta es mi mesa, el mapa que recorro a diario durante más horas. Para mí, un escritorio es un proyecto de orden con el que dominar el caos que conlleva el acto de escribir. Enmascarando la dificultad de vivir la literatura con calma, cada objeto ocupa su lugar: los libros que estoy leyendo, los que esperan lectura, unos pocos de mis cuadernos, piedras recogidas en las playas del cabo de Gata, algún recuerdo personal y dibujos infantiles de mi hija mayor. Sé que esa armonía es una fantasmagoría engañosa, que el ruido de fondo y las distorsiones entre las que pasa el tiempo del escritor me harán sufrir para alcanzar el orden buscado, pero ¿qué podría esperar si ya la pura apariencia fuera una manga por hombro, un papel perdido debajo de otro?
La superficie de una mesa, y nada más. Donde no puedo verlas, están las grandes estanterías con todos mis libros. Ellos son los invitados a esta fiesta, los que me esperan para la juerga. En el salón, tapizando el pasillo, o detrás de donde estoy sentado. Pero en esta mesa que aquí aparece fotografiada por un narrador omnisciente, en este rectángulo que es también un resumen, una síntesis, tal vez lo único fundamental sea el teclado: las veintisiete letras que los dedos han memorizado y nunca miran. En el interior del orden que procuro que la mesa me contagie, hay otro orden más importante. Está escondido entre las infinitas combinaciones de ese alfabeto. Una auténtica jungla, ya lo sé. Con total seguridad nunca lo alcanzaré, pero los dedos insisten en bailar, persiguiendo el hallazgo, pulsando las letras como si conocieran la clave esotérica que las rige.
© Texto y fotografía: Miguel Ángel Muñoz
Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970) ha publicado los libros de cuentos Quédate donde estás (Páginas de Espuma, 2009) y El síndrome Chéjov (Páginas de Espuma, 2006), la novela El corazón de los caballos (Algaida, 2009) y el libro de entrevistas a narradores breves españoles La familia del aire (Páginas de Espuma, 2011). Ha sido incluido en antologías como Pequeñas resistencias 5. Antología del nuevo cuento español 2001-2010 (Páginas de Espuma, 2010), Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, 2010), Perturbaciones. Antología del relato fantástico español actual (Salto de Página, 2009) o Macondo boca arriba (UNAM, 2006). Su blog El síndrome Chéjov es un lugar de referencia para el cuento en lengua española.
conocen esa clave,
ResponderEliminarbuena entrada,
saludos
Saludos, Omar
ResponderEliminarVuelvo a releerlo una y otra vez, MAM tiene el gran don de colarse en nuestras vidas y en nuestras mentes........un lujo.
ResponderEliminarMi escritorio Granada,la Alhambra el teclado enmudecido ....
ResponderEliminarProyecto de órden...
ResponderEliminaruna fantasmagoría engañosa...
órden buscado...en el interior del órden que procuro...
hay otro órden más importante...
.....LA CLAVE ESOTERICA.
Querido, date permiso algun día y pon un poco de desorden en tu vida..besos.
que tal....ese orden buscado...y creo que encontrado?..
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