viernes, 13 de abril de 2012

Juan Vico






Durante los últimos diez años habré cambiado de domicilio en unas siete ocasiones. En cada uno de los pisos donde he vivido, la escritura ha encontrado su espacio de forma natural, como un gato consentido que consiguiera siempre apoderarse de la habitación menos fría o del rincón más estratégico. 

Sobre mi escritorio presente el portátil abierto, con su ventana a otro escritorio, el virtual. Se me ocurre que también lo es, en cierto modo, esa mesa que desde hace pocos meses lo sostiene. Observen, si no lo han hecho ya, la fotografía que acompaña a este texto. Imaginen que en la pequeña pantalla aparece, en lugar del retrato de Perec, una imagen de mi anterior lugar de trabajo. En el centro de esa segunda foto, sobre la madera gastada y más oscura de un viejo mueble de aire escolar, el mismo ordenador, rodeado de otros libros, de los mismos cuadernos y carpetas, de un puñado cualquiera de papeles pasajeros. Como fondo de pantalla, una fotografía que reproduce otra vez la imagen del escritorio precedente, en la que descubrimos ahora un ordenador más antiguo, y en cuyo monitor se vislumbra también un espacio de escritura previo. Así hasta llegar al primer escritorio de mi vida, un pupitre quizás, una encimera de cocina o el propio suelo. 

Pues bien: esa foto múltiple sería, en realidad, la foto de mi escritorio. Un trampantojo, una mise en abyme, un monstruo de Frankenstein, un catálogo perequiano, la suma ilusoria de todos mis escritorios pasados, junto a la de los objetos que alguna vez descansaron sobre sus superficies superpuestas. Mesas de pino y de haya, de vidrio y de plástico, bandejas extraíbles, cajoneras, simples tablones de aglomerado sostenidos por un par de caballetes. Muebles propios o ajenos, comprados o alquilados, regalados, encontrados, usurpados, usufructuados.

No tengo escritorio, en definitiva, sino la idea, no demasiado platónica, de ese posible escritorio. Un armatoste teórico en permanente mudanza. Un animal antojadizo. Un escritorio de ficción.




© Texto y fotografía: Juan Vico
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Juan Vico (Badalona, 1975) es licenciado en Comunicación Audiovisual y Máster en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Ha publicado la novela Hobo (La Isla de Siltolá, 2012) y los libros de poemas Still Life (UAB, 2011) y Víspera de ayer (Pre-Textos, 2005), además de los cuadernos Densidad de abandono (Edicions 96, 2011) y Gozne (Ayuntamiento de Zaragoza, 2009). Es autor del relato La boca del lobo (Cuadernos del Vigía, 2008), recopilado también en Relatos para leer en el autobús (Cuadernos del vigía, 2009). Coautor del ensayo Johnnie To: Redefiniendo el cine de autor (Cine Asia, 2005). En 2009 fue seleccionado para participar en el ciclo de lecturas La Voz + Joven, organizado por la Obra Social Caja Madrid. Codirige el ciclo de lecturas literarias Els dilluns de la Cigale y colabora con artículos sobre literatura y cine en revistas como Calidoscopio, Isla de Siltolá, Kafka, Paralelo Sur o Revista de Letras.


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