Mi escritorio
Una vez al mes queda mi mesa limpia y vacía, azul la superficie y plateado el computador-ordenador. Pero quise retratar el escritorio tal como está hoy y casi siempre: barroco-caótico. Imágenes de hijos, nuera, madre, padre, marido, nietos, hermanos, sobrinos me rodean. No las veo cuando escribo, pero están ahí, acompañándome y recordándome los momentos de alegría del mundo afectivo que quedó en Santiago. Arriba, en el estante, los libros que quiero tener a mano, y pegados a los libros: Yeats y Safo. Más fetiches: de Santo Domingo, una pareja que baila merengue; de México, una Frida Kahlo pintada en latón; un pequeño retablo y una canasta de fibras de Perú, un sapito de Puerto Rico, un collar hecho en Valencia; arriba, también pegada a los libros, una foto del año 1990 con mis amigas y cómplices Olga Grau, filósofa, Raquel Olea y Eliana Ortega, críticas chilenas y Diana Bellessi, la poeta argentina. Sobre la mesa, la cubierta de Erdera, el libro que ahora me deleita. ¿Y la botella de vino? Cerrada, hasta que la etiqueta que dice Fariña desaparezca con los años. Es de una viña gallega.
Vivo cerca del mar, en Mirasol, un balneario del litoral central, sin embargo no escribo frente al mar. Mi lugar es esta mesa silenciosa cuya música constante son las olas y el esfuerzo –expresados en cantitos agudos– de los picaflores (colibríes) por mantenerse en el aire y chupar, hasta la última gota, el néctar de las flores del Abutilon. Abundan los pájaros en mi jardín, eso y las olas son en realidad mi soporte de escritura, porque una vez conectada, mi cabeza está tan metida en sí misma y las palabras, que al salir el entorno es una sorpresa: el sol –a veces la bruma o la garúa–, el aire, los arbustos, las flores, y el mar. Digo una sorpresa porque no siempre ha sido así: antes mi escritorio fue el tiempo-espacio robado a la oficina, los tranvías, el metro, mi cama, cualquier mesa que me acomodara para trazar unas líneas que luego se volcarían en algún computador (ordenador) prestado.
Pero ahora, y hasta que dure, mi espacio de escritura es así.
© Fotografía y texto: Soledad Fariña
Soledad Fariña (Antofagasta, 1943) estudió Ciencias Políticas y Administrativas en la Universidad de Chile, y Filosofía y Humanidades en la
Universidad de Estocolmo. Ha publicado los libros de poemas El primer libro (Amaranto, 1985), Albricia (Archivo, 1988; Cuneta, 2010), En amarillo oscuro (Surada,
1994) La vocal de
la Tierra (Cuarto Propio, 1999; Amargord, 2012), Otro cuento de
pájaros (Las dos Fridas, 1999), Narciso
y los árboles (Cuarto Propio, 2001), Donde
comienza el aire (Cuarto Propio, 2006), Se
dicen palabras al oído (Torremozas, 2007), Todo está vivo y es inmundo (Cuadro de Tiza, 2010) y Pac Pac pec pec (Literal, 2012). En 2007 fue nominada al Premio Altazor. Actualmente es
profesora de literatura en la Universidad
de Chile y dirige el taller de poesía de la carrera de Literatura Creativa en la Universidad Diego
Portales.
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