miércoles, 17 de abril de 2013

Juan Gracia Armendáriz








Ese rostro me mira todos los días de frente, mientras escribo. Su gesto es admonitorio y me señala con un dedo iluminado; sí, se diría que me enfoca con una linterna desde algún prostíbulo de Santa María. El gesto recuerda a los carteles de propaganda bélica: “¡Tu patria te necesita!”. Pero el hombre que me señala desde una estantería fue un exiliado y descreía de toda patria que no estuviera hecha de papel. Juan Carlos Onetti, el Mandril, estaba en buena forma cuando lo fotografiaron vestido con una elegancia un poco sombría, pico de pañuelo en el bolsillo superior de la americana, chaleco viejo y corbata mal anudada. Lo más temible son los ojos bovinos tras las gafas de pasta negra, esos párpados globulosos. No olvidemos la sonrisa contraída, la frente ovoidal. Ese retrato es mi hombre invisible, quien culpablemente señala hacia mi escritorio cuando yo ya me he ido a disolver la ansiedad que me causa la escritura de un capítulo desfallecido, un párrafo cojo, una frase que balbucea. Ahora no hay nadie en mi mesa de trabajo y flota en el cuarto el aire vibrátil de una pelea. Al otro lado de la casa, me asomo al balcón y respiro niebla, pero él, sin piedad, señala –ilumina–, el espacio vacío del escritorio. Me recuerda que no debo malgastar el tiempo. Tiene gracia que sea Onetti, tan dado a la indolencia, a la escritura que desconoce palabras como disciplina, horario, trabajo constante, quien señale mis límites. A pesar de ese dedo acusatorio y luminoso era un amante de la literatura; sólo se acostaba con ella por placer. Jamás la escritura sin pasión; jamás el sexo rutinario. Onetti o la escritura como deseo. Mortal, al fin y al cabo, cada vez que regreso al escritorio y me siento tras la pantalla del ordenador, miro el retrato y al punto empiezo a sudar tinta roja.








© Texto y fotografía: Juan Gracia Armendáriz


Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965) ha sido profesor en la Facultad de Ciencias de la Documentación de la Universidad Complutense de Madrid, donde se doctoró con una tesis sobre Francisco Umbral. Ha publicado poesía: Como si al otro lado latiera (Endymion, 194); cuento: Queridos desconocidos (Fondo de Publicaciones del Gobierno de Navarra, 1998); microrrelato: Cuentos del jíbaro (Demipage, 2008), Noticias de la frontera (Libertarias/Prodhufi, 1994; Premio Jaén); reportaje:  Cuero de montaña (Demipage, 2008); ensayo: Gente de libro (Demipage, 2006; con Pedro Carrillo); y las novelas Piel roja (Demipage, 2012), Diario del hombre pálido (Demipage, 2010), La línea Plimsoll (Castalia, 2008; Premio Tiflos) y Cazadores (Bilaketa, 2002; Premio Francisco Ynduráin). Colabora en diversos medios y es columnista en el Diario de Navarra.

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