viernes, 5 de abril de 2013

Cristina Fernández Cubas







Como se ve en la foto, uso gafas para escribir, mi ordenador tiene sus años, sobre la mesa de trabajo hay un cuaderno doble y una pluma, y en la habitación entra de lleno el sol. Tengo además un sillón con ruedecillas y un almohadón de colores que hice yo misma, hace ya tiempo, con los restos de un poncho peruano. Suelo hacerlo a menudo. Transformar las cosas a las que he tomado afecto y ya no sirven, y encontrarles nuevos usos para que sigan vivas. Por eso las estanterías están llenas de recuerdos y por eso también –censura previa– he tomado ciertas medidas antes de que mi amiga Montse Clavé llegase con su cámara. Lo primero ha sido recoger papeles, cerrar cuadernos y cubrir con páginas en blanco hojas escritas, cartas, facturas, dibujos, recortes de prensa o cualquier presencia de esas muchas que, sin que podamos recordar cómo aparecieron, terminan echando raíces en los escritorios. En la mesa, pues, está todo lo que estaba. Solo que no se ve.

Me cuentan que algo parecido me ocurría de pequeña. Que en los lejanos tiempos del colegio todos los viernes –día de redacción– yo me ocultaba tras un parapeto de libros y rodeaba la libreta escolar con el brazo izquierdo. Tal vez me abandonaba a la ilusión de que así me construía un pequeño espacio, un íntimo despacho propio dentro de un aula despersonalizada. Y en esa burbuja imaginaria me permitía fantasear, olvidarme de los demás, aislarme de otras miradas y concentrarme. Quizás no cambiemos tanto con el tiempo o, simplemente, no seamos más que lo que fuimos de niños. El caso es que, en muchos aspectos, sigo igual. Creo que todo lo que aún no he dado a conocer debe permanecer secreto. Como también que el proceso de escritura, además de su carácter reservado, es un misterio. Y miro de nuevo la fotografía con libros al fondo y, sobre la mesa, el cuaderno doble y la estilográfica. Mi “recado de escribir”. La esencia misma. Y flotando en el aire (aunque no se vea) adivino lo que queda por hacer, lo que se está fraguando, aquello que todavía no ha cobrado forma. Pero no diré más; el resto es privado. La estrecha relación, el día a día, entre escritura y autor. El siempre enigmático y sorprendente proceso. Hasta que no nos queda más remedio que poner punto final y esperar a que nuestras historias regresen vestidas de libro para ocupar un lugar en las estanterías del fondo…Y vuelta a empezar. La fase que más me gusta. El secreto.






© Fotografía: Montse Clavé


Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, Barcelona, 1945) ha publicado libros de relatos: Mi hermana Elba (Tusquets, 1980), Los altillos de Brumal (Tusquets, 1983), El ángulo del horror, (Tusquets, 1990), Con Agatha en Estambul (Tusquets, 1994) y Parientes pobres del diablo (Tusquets, 2006), reunidos en Todos los cuentos (Tusquets, 2008); novelas: El año de Gracia (Tusquets, 1985), El columpio (Tusquets, 1995) y, bajo el seudónimo de Fernanda Kubbs, La puerta entreabierta (Tusquets, 2013); biografía: Emilia Pardo Bazán (Omega, 2001); la obra de teatro Hermanas de sangre (Tusquets, 1998) y el libro de memorias Cosas que ya no existen (Lumen, 2001). Su obra está traducida a diez idiomas. 

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