Dónde escribo las novelas que no escribo
Cuando más escribo es en Málaga, en la casa de mis padres, donde paso las vacaciones de verano. El chalet envejece mal y pide a gritos cañerías nuevas, una capa de pintura, reformas urgentes. Pero tendrá que esperar tiempos mejores.
A veces escribo en la habitación más alejada de la casa, entre juguetes viejos, muebles que no tiramos pero deberíamos y miles de libros: Agatha Christie, los Cinco, novelas de terror y de misterio. Y mientras escribo, el techo se desploma sobre mi cabeza. Una exageración como otra cualquiera, porque no es que el techo se desplome: es que sobre mi cabeza cae una fina lluvia de cal. Y a medida que la cal se desprende del techo y me vuelve blanco el pelo, pienso que no es cal: son ideas que se van introduciendo en mis novelas. Ideas que antes no estaban ahí. Que yo no había planeado.
Ideas salchicheras, las llamaba mi abuelo materno.
Lo cual me recuerda que a veces, en cambio, escribo en la habitación contigua a la cocina, entre los olores de la comida, el ruido de sartenes y cacerolas y las voces de mi madre y de mi abuela; también la de mi padre, que si no hubiera sido farmacéutico, habría sido cocinero. Risas, conversaciones, el chisporroteo del aceite, alguna discusión. Así me salen luego las novelas: llenas de ingredientes que se cuelan dentro sin mi permiso.
En el fondo, me temo, no soy yo quien escribe mis libros.
© Texto: Antonio Fontana
© Fotografía: África Hevilla
Antonio Fontana (Málaga, 1964) ha publicado
las novelas Hostal Parisién (El Aleph, 2011), Plano detallado del infierno
(DVD, 2007), El perdón de los pecados (El Acantilado, 2003; finalista del
Premio Gijón y Nuevo talento FNAC 2003) y De hombre a hombre (Anaya, 1997). Es periodista y crítico literario en el suplemento cultural del diario Abc.
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