Tal cual
Mis hábitos y lugares de escritura han ido cambiando con los años, pero siempre necesité un espacio particular, no tanto por comodidad como por cierta inclinación a asumir toda clase de manías. Mis primeros escritos «serios», dos novelas de aprendizaje que ni vieron ni verán jamás la luz, los escribí a mano, con bolígrafo Bic de punta fina, en una mesa de comedor. Formica. Cuatro patas de hierro. Bilbao. Tras la comida, mi madre y yo recogíamos los platos deprisa para que yo, encajonado sobre una banqueta entre el frigorífico y la mesa, pudiera ponerme a escribir cuanto antes.
Aquellas páginas acabaron poco después en un archivo de Word del ordenador de la que entonces era mi novia y hoy es mi mujer. Durante todo un verano, mientras ella impartía clases de matemáticas en una academia, yo tecleaba mis textos con dos dedos balanceándome sobre una silla giratoria más de lo necesario. Escritorio. Getxo. Polipiel. Ruedas. Entonces no era consciente de que estaba pasando de la edad del Bic a la edad del PC, de la sobremesa de la comida al ordenador de sobremesa.
Un año después nos vinimos a Madrid. Por fin solos. Por fin solos y jóvenes. Mi primer portátil también tuvo que ver con mi entonces novia. Era un ordenador de su trabajo, que la empresa, Cervezas El Águila, vendía junto con otros muchos a precio de saldo. Había servido para albergar programaciones informáticas, cuadros con producciones de millones de hectolitros de cerveza, logísticas y rutas de envío de los barriles y las cajas procedentes de las fábricas a los bares y los supermercados. Etcétera. Yo emborraché aquel ordenador de ficciones. Guarde allí los primeros libros de relatos que fui publicando. Empecé a vivir de cara a Internet. Me sentaba en el sofá y, para escribir, colocaba el ordenador sobre mis muslos como si fuera un gato. Creo que tomé demasiado al pie de la letra la palabra «portátil». Y sin embargo, me casé. Nos casamos. Nuestra vida se hizo un poco menos portátil. Arroz. Futuro. Almohadas nuevas. Vinieron otros ordenadores, portátiles, de sobremesa, el Wi-fi, otra casa, un despacho amplio, un hijo, pero hasta hace pocos meses no he descubierto que como mejor me siento es escribiendo en un portátil sobre un teclado inalámbrico adicional. Las teclas son más altas. Más blandas. Tal cual la foto.
© Texto y fotografía: Juan Carlos Márquez
Juan Carlos Márquez (Bilbao, 1967) ha publicado los libros de cuentos Llenad la tierra (Menoscuarto, 2010), Norteamérica profunda (Diputación de Badajoz, 2008) y Oficios (Castalia, 2008), premio Tiflos de Cuento, y la novela Tangram (Salto de Página, 2011), premio Sintagma 2011. Sus relatos han sido antologados, entre otras, en Pequeñas resistencias 5. Antología del nuevo cuento español 2001-2010 (Páginas de Espuma, 2010) y Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, 2010).
He descubierto tu espacio virtual por puro azar al querer encontrar algo sobre Carta a un amigo en el
ResponderEliminarque gané en 2003 el 2º premio y me encanta lo que estoy leyendo. Cuando tenga un poco más de tiempo seguiré investigando. promete