Un lugar donde encontrarse
Mi escritorio se apoya en la pared, incrustado en una estantería que llega al techo. Sobre él papeles y libros siempre están merodeando a su aire, ofreciéndose para lo que haga falta. Sin mucho orden, sólo lo suficiente para no sentirse perdidos, pero tampoco agobiándome con su presencia, porque yo necesito tenerlos cerca, pero también olvidarlos. Por eso en el desorden de mi mesa siempre hay un espacio preservado, libre, frente al ordenador que espera. Cuando escribo poemas, sin embargo, lo aparto hacia el final de la mesa, lo dejo bajo el estante, olvidado. Los poemas me gusta escribirlos a mano en principio. Luego los tecleo y los termino de trabajar y perfilar. Pero para la prosa ya no suelo utilizar el papel, casi siempre escribo sobre la página en blanco virtual que se me abre en la pantalla, también provocadora.
Como decía, me gusta tener mi escritorio relativamente despejado, aunque si miro alrededor, libros y papeles me envuelven, me rodean cubriendo todos los espacios útiles, excepto la pared de mi izquierda que la ocupa una luminosa ventana que da a un jardín (verdadero lujo en medio de una ciudad). Los papeles y carpetas están en los muebles auxiliares, que no me auxilian tanto como debieran, porque con frecuencia esconden lo que busco desesperadamente. Aunque lo cierto es que cuando escribo lo de menos es lo que me rodea sino lo que bulle dentro de mí. Así que sólo necesito tener un espacio para mí, donde poder encontrarme con mis voces. Lo que me envuelve forma parte del escenario, el encuentro es conmigo misma, con el papel, con el lector futuro.
De modo que en esta leonera sin pretensiones leo y pienso y escribo poemas o cuentos o artículos e incluso alguna carta de vez en cuando, de esas que ya casi no se escriben. No tiene nada especial este rincón. Pero puede que las horas aquí me parezcan un tiempo más vivido y apasionado que en cualquier otro lugar donde comparta el mundo.
© Texto: Ángeles Mora
© Fotografía: Antonia Ortega Urbano
Ángeles Mora (Rute, Córdoba, 1952) vive en Granada, en cuya universidad se licenció en Filología Hispánica. Con La guerra de los treinta años (Caja de Ahorros de Cádiz, 1990) obtuvo el Premio Rafael Alberti. Contradicciones, pájaros (Visor, 2001) ganó el XXII Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, y fue traducida al italiano: Contraddizioni, ucelli (Edizioni dell'Orso, 2005). De entre el resto de su producción poética destacan Bajo la alfombra (Visor, 2008), Las mujeres son mágicas (Ayuntamiento de Lucena, 2000), Cámara subjetiva (Monograma, 1996), Antología poética 1982-1995 (Diputación de Granada; edición de Luis Muñoz), La dama errante (La General, 1990), La canción del olvido (Diputación de Granada, 1985) y Pensando que el camino iba derecho (Diputación de Granada, 1982).
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